Me contaron los abuelos que hace tiempo...No, no voy a hablar de La piragua de Guillermo Cubillo, sino de un personaje que hace tiempo se movía por territorios de lo que hoy es Borondonia y cuya historia se supone por algunos que llegó a oídos de Gabriel García Márquez.
Mauricio Borondonia era un personaje poco agraciado y nada aseado que vivía errante por estas tierras. Se cuenta que a su alrededor siempre se movía una nube de moscas que le seguían a todas partes y que en ocasiones le precedían, quizás por dedicarse a la limpieza y salazón de pescado, ocupación habitual en las islas en épocas remotas, sin que los residuos de esa labor depositados en su cuerpo y ropa fueran correctamente eliminados. Mauricio se dedicaba además de al noble oficio de ladrón de gallinas, al voyeurismo o rascabucheo y no vean con qué devoción lo hacía en sus ratos libres. Era tan conocida su afición que no había ave desaparecida en las zonas de medianía, fuera gallo de pelea, pájaro cantor o ave de rapiña, de cuya desaparición no fuera culpado como también lo era de cualquier ruido, signo o sospecha de fisgoneo. Por esta causa Mauricio se convirtió en el ladrón de gallinas y rascabucheador oficial de la región. Sus tres ocupaciones tuvieron que ver con su triste final.
Cuentan que en una de esas correrías Mauricio vio a través de un agujero en la pared del excusado del traspatio del Jefe de la Policía Local algo que no debió ver y un ruido involuntario puso en alerta a los observados. El Policía y su acompañante salieron esgrimiendo sendas armas y quien sabe si gritando que el que no se ha escondido tiempo ha tenido porque Mauricio intentó esconderse entre unos arbustos pero las moscas que le rodeaban lo delataron y sin que pudiera defenderse ni huir recibió unos plomazos que acabaron con su vida. El Jefe de Policía declaró después que lo había sorprendido robando y ofreció resistencia al arresto por lo cual, temiendo por su vida, disparó varias veces. Nada se supo de su acompañante ni este prestó declaración sobre lo que había visto u oído Mauricio, a quien se encontró con un arma a un lado y una gallina en el otro.
García Márquez quizás utilizó el personaje y su historia (o no), pero si fue así transformó tanto a uno como al otro. Borondonia fue cambiado a Babilonia y aquella historia insulsa y gris de un crimen de provincias pasó a tener una belleza solo posible en el mundo mágico de Macondo. Las moscas que seguían al personaje se convirtieron en una nube de mariposas amarillas. Mauricio pasó a ser un joven y enamorado ayudante de mecánico con un amor correspondido por Meme, una de las hijas de Aureliano Segundo, a quien por orden de la estricta Fernanda del Carpio tirotearon una noche al intentar entrar a la casa de los Buendía a ver a su amada quedando inválido y acusado injustamente como ladrón de gallinas. De la relación de Meme y Mauricio Babilonia nació Aureliano Babilonia, padre del último de la saga de los Buendía y el último vivo de todos los personajes de la obra. Nuestro Mauricio no dejó más que su mala fama.
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